¡Hasta pronto Padre!
Y ahora que ya se fue el Jefe, ahora que ya no contaré con su mirada, ahora que ha pasado a otro plano, agradezco vida, por permitirme conocerlo. Me gustaba increparlo cuando asumía su indianidad. ¡Soy indio! Decía… y yo, al ver su tez blanca y sus ojos amielados, me reía y le recordaba que sus antepasados anduvieron por algún lugar de la península Ibérica. En realidad alguna gota india otomí traería; lo sé porque su abuela lo era; es decir otomí. Pero él, contrario a su deseo, nació con más pinta española que “las meninas” de Velázquez. Ahora ya no está, lo sé, y me duele todo. Con mi abuela, tan querida y tan vieja fue diferente. Hoy pienso que uno salió de ahí, de una pequeña célula feliz, y esa parte de él es mía, así que nunca morirá mientras yo viva, y mientras mis hijas vivan y mientras el universo viva, porque al final eso somos, sólo pequeñas partes de estrellas. Y en este cuarto que él construyó, estoy deshaciéndome y haciéndome a la vez. Esa se supone que es la grand