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Mostrando entradas de 2013

Rincones de la ciudad. 2a entrega

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Sábado en el centro de la Ciudad de México. El corazón de México se mueve, palpita, escucha, pero sobre todo sabe y huele. A las tres de la tarde los rayos del sol caen sin piedad sobre los transeúntes que se mueven cual si fueran arroyos que presurosos buscan su cauce; a veces se separan, pero encuentran recovecos, cuellos de botella y se vuelven a reunir, siempre con prisa uno tras otro, se amontonan, buscando llegar al simbólico mar que los espera. El Palacio Nacional es mudo testigo de ese río de gente a sus pies y observa de frente un gran árbol de coca cola, (perdón, dicen que es de navidad), pista de hielo y demás atracciones incluidas. El calor hace lo suyo y los sudores y los olores se entremezclan y vuelan presurosos inundando el lugar. De cualquier forma el microbus pasa al lado y deja escapar una andanada de humo que seduce a los antiguos tufos y genera uno nuevo, agregándole gasolina y aceite quemado. Sin embargo, no lejos de allí (en la calle que lle

Rincones de la Ciudad

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Sábado en la Alameda. En un trajín sin fin la gente va y viene, ya lo diría Chava Flores “un hormiguero no tiene tanto animal”; personajes conocidos y no tan conocidos, se dan cita en este céntrico lugar de la ciudad de México desde el siglo XVI. Únicamente es necesario sentarse por un rato en alguna de sus bancas y observar detenidamente para darse cuenta del zoo humano (con permiso de Desmond Morris) que se manifiesta al frente. Jóvenes malabaristas y aprendices de, se reúnen a practicar sus acrobacias. Las pelotas, aros mazas y bastones danzan por el aire, los monociclos ruedan hábiles en pies de sus conductores y entre ellos se aconsejan. En otro lado, un grupo de adolescentes comparten dibujos, rompen piñatas, cantan y ríen, todos ellos traen playeras y otros artículos que los identifican como killjoy. Arriba del Kiosco muchachos con gorra volteada, hacen uso del micrófono imitando sonidos de batería, “raperos” les dicen algunos, de lado sur los llamados "armys&q

Cuentos mestizos de la Sierra Madre.

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Este relato, como otros que esperamos publicar, pertenecen a los "cuentos exagerados" que gustan de contarse entre amigos en la sierra de Huayacocotla. El fin, es lograr la sonrisa del otro a través de la evidente inverosimilitud de los hechos narrados.  El perro y la ardilla En cierta ocasión, un cazador acompañado de su perro andaban en lo propio, después de andar un rato, el can olfateó una ardilla y salió disparado tras ella, pero ésta, ágil se escabulló dirigiéndose a un pequeño claro del bosque donde vivía un gran árbol. Presurosa trepó hasta la cima y el perro llegó ladrando para indicar al cazador dónde se encontraba la presa. Pasado un rato, aquella ardilla intentó huir, e iba cabeza abajo cuando se encontró con el perro que desde abajo la miraba, al instante quedó paralizada sin atinar a subir o bajar. Perro y ardilla mediando corta distancia entre ellos se quedaron mirando uno al otro fijamente, atentos los dos a cualquier movimiento del contrario

Almas Muertas. (Con el permiso del Maestro Gogol)

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Almas muertas que no esperan ni hacen cambios, no oyen, no sueñan, ¡vaya! ¡que no reaccionan!, la actitud clásica del muerto, inmóvil, el mundo para él es incoloro, insípido e intratable; se está en él mediante el cuerpo pero no mediante el alma. Como Lázaro, algo tendría que pasar para que se levanten estas almas muertas. La causa del deceso parece evidente, se las llevo el "yo", se las manducó el "mio". Enfermedad terrible, con síntomas bien visibles. En el comienzo, aquella alma muerta no era tal, había nacido bajo el mismo cielo y sobre la misma tierra que todas, de niña jugaba con otras almas con las cuales compartía todo, pero poco a poco, por medio de los sentidos, (pero más por la visión) le fueron enseñando una idea, una al parecer, ¡fabulosa idea!: las cosas cambiaban de esencia si se les agrega un "adjetivo posesivo". Y sí, el alma se preocupó entonces por su juguete y no por el juguete, por su tarea y no por la tarea. Ya de mayor, aquella