Cuentos mestizos de la Sierra Madre.

Este relato, como otros que esperamos publicar, pertenecen a los "cuentos exagerados" que gustan de contarse entre amigos en la sierra de Huayacocotla. El fin, es lograr la sonrisa del otro a través de la evidente inverosimilitud de los hechos narrados. 



El perro y la ardilla

En cierta ocasión, un cazador acompañado de su perro andaban en lo propio, después de andar un rato, el can olfateó una ardilla y salió disparado tras ella, pero ésta, ágil se escabulló dirigiéndose a un pequeño claro del bosque donde vivía un gran árbol. Presurosa trepó hasta la cima y el perro llegó ladrando para indicar al cazador dónde se encontraba la presa.
Pasado un rato, aquella ardilla intentó huir, e iba cabeza abajo cuando se encontró con el perro que desde abajo la miraba, al instante quedó paralizada sin atinar a subir o bajar. Perro y ardilla mediando corta distancia entre ellos se quedaron mirando uno al otro fijamente, atentos los dos a cualquier movimiento del contrario y sin emitir sonido alguno.
Aquel cazador encontró divertido el hecho, los estuvo observando por un largo rato y confirmó que ninguno de los dos se movía ni se perdía de vista. Ardilla cabeza abajo y perro cabeza arriba, trenzados en aquella curiosa batalla visual.
Quería el cazador saber cómo terminaba aquello y se quedó toda la noche vigilando al simpático par. Aquellos animales no se movieron, y cansado ya de la espera sin que ocurriera más nada, y suponiendo que al fastidiarse de aquella posición alguno de los dos desistiría, decidió irse a casa y esperar allá a su perro.
Todo el día esperó el cazador a su animal pero este no regresó; y así pasó una semana. Preocupado, fue en busca de él, pero por más vueltas que dio en la espesura del bosque no pudo hallar el claro donde había quedado su perro con aquella ardilla. Por fin pasaron meses y el cazador lo dio por perdido.

Había pasado ya un año de esto cuando por casualidad aquel hombre junto con otros cazadores dieron con el claro y el árbol donde se había desarrollado aquella historia y al reconocer el sitio se acercaron a aquél árbol. Una vez que llegaron, todos quedaron sorprendidos cuando divisaron dos esqueletos; uno el del perro que extrañamente permanecía de pie en la base del árbol con la cabeza hacia arriba, y el otro el de la ardilla, que colocado en el tronco estaba dirigido cabeza abajo.

Alejandro Durán Ortega

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