Rincones de la ciudad. 2a entrega

Sábado en el centro de la Ciudad de México.



El corazón de México se mueve, palpita, escucha, pero sobre todo sabe y huele. A las tres de la tarde los rayos del sol caen sin piedad sobre los transeúntes que se mueven cual si fueran arroyos que presurosos buscan su cauce; a veces se separan, pero encuentran recovecos, cuellos de botella y se vuelven a reunir, siempre con prisa uno tras otro, se amontonan, buscando llegar al simbólico mar que los espera. El Palacio Nacional es mudo testigo de ese río de gente a sus pies y observa de frente un gran árbol de coca cola, (perdón, dicen que es de navidad), pista de hielo y demás atracciones incluidas.


El calor hace lo suyo y los sudores y los olores se entremezclan y vuelan presurosos inundando el lugar. De cualquier forma el microbus pasa al lado y deja escapar una andanada de humo que seduce a los antiguos tufos y genera uno nuevo, agregándole gasolina y aceite quemado. Sin embargo, no lejos de allí (en la calle que lleva el nombre de uno de los que fue abatido afuera del Palacio de Lecumberri) se desprende otro olor que hace que las glándulas encargadas de ello comiencen a salivar. Y sí, allá se ve aquel personaje cuya audacia en el corte y balanceo de los platos nos hace admirar aún más, los trozos de carne que van girando de a poco para adquirir el tono, la consistencia y el sabor adecuados. “¡Pásele, acá hay de todo “may”!” es el grito recurrente, mientras que los trozos de piña vuelan por el aire y se prosigue con la exposición de malabares. 


 Más adelante, (precisamente en la calle que lleva por nombre el del otro asesinado en las afueras del Palacio Negro y quien fuera competidor de Porfirio Díaz por la presidencia de México), una fila de gente invade gran parte de la calle. Todos esperan pacientes llegar hasta donde comienza aquella improvisada serpiente humana. “Son tacos de canasta” contesta alguien a pregunta expresa. La fila es muy larga, será mejor desistir, “mejor esperece” se oye la recomendación “no se va arrepentir, si ya no quiere cenar pida cinco, sino pida nomas tres” advierte aquel. Se decide por la paciencia y por fin se llega al inicio, cinco canastas rebosantes esperan al recién llegado, “¿Cuántos? Se escucha, “cuatro órdenes, surtidos” es la respuesta. El dependiente rápidamente coloca cinco tacos en cada plato, (chicharrón, papa, fríjol, mole verde y carne de cerdo en adobo). No hay decepción, la espera valió la pena, el nombre del lugar hace honor a lo que se ofrece “Tacos de canasta: los especiales”.



Es hora del postre, ¿qué más? un helado parece la mejor opción, la mujer pregunta “¿de qué van a querer?”, combinado, vainilla, chocolate es la triada de opciones, se aprieta la palanca y el producto empieza a escurrir sobre el barquillo.  La cantidad de gente no disminuye, antes al contrario, entrada la noche se reúnen más,  esperan ver cómo cae nieve en una sola calle del centro histórico, el acceso es complicado. “Mamá quiero ver la nieve” se oye entre los apretujones, “espérate ahorita la prenden”, La pregunta se vuelve a repetir ahora en tono de reclamo, no pasa tiempo para que se vuelva sollozo y luego llanto abierto. La cuestión se vuelve imposible, llantos, gritos, chiflidos, cláxones, es mejor alejarse…; mañana..., sí, tal vez mañana, se logre ver nieve en una sola calle del centro histórico y tal vez la música del viejo cilindrero nos acompañe. 


Comentarios

  1. Excelente mi Ale, está genial eso del árbol de navidad! Y sí, los taqueros son todos unos artistas gastronomicos urbanos. Saludos desde helidas tierras (aunque no tan helidas al momento).

    Israel

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    1. Un saludo y un abrazo fraterno, y queda abierta la invitación para que escribas sobre algún rincón de tu nueva tierra.

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