Aspectos de la comida popular y de la tradición oral en el pueblo de Santiago Atzacoalco en la Ciudad de México



Saida Aranda Palacios*
flakisaranda@gmail.com


Contexto histórico de Atzacoalco.

Los pueblos originarios, las comunidades históricas,  los pueblos urbanos, los pueblos periféricos o los pueblos tradicionales que habitan la Ciudad de México poseen una intensa vida ritual; su presencia en la gran urbe se manifiesta con fuerza en la celebración de sus ciclos festivos a lo largo de todo el año. Las fiestas patronales ocupan un lugar fundamental en la vida ceremonial de estas comunidades. Tal es el caso de Santiago Atzacoalco, pueblo ubicado geográficamente en el norte de la Ciudad en la delegacion Gustavo A Madero colinda con las colonias : Del Obrero, Barrio San José, La Pradera, Salvador Díaz Mirón, Torres de Quiroga, Gabriel Hernández, Vasco de Quiroga y La Nueva Atzacoalco. Este pueblo y sus limites teritoriales siguen siendo absorbidos por la mancha urbana; a pesar de este proceso, persisten dentro de su vida sociocultural elementos identitarios significativos,   acompañados por una cultura simbólica-religiosa importante, y prácticas sociales que manifiestan en un proceso de  construcción social constante y de  cierta resistencia a  las nuevos hábitos urbanos en el pueblo.
En la  época prehispánica Atzacoalco era una zona residencial de Aztacalco, uno de los cuatro barrios o campan en que se dividía la Gran Tenochtitlan, capital de Imperio Azteca. Ubicada al noreste, su nombre proviene de la palabra náhuatl atzaquea: detener el agua, y el prefijo -co, "Lugar donde se detiene el agua" o "Lugar de la presa". Entre otros aspectos de la vida social como son: la religiosidad, la familia, el trabajo, la educación etc., la alimentación refleja  de manera clara la relación que mantienen las sociedades o cualquier grupo humano con su entorno; para el caso específico que nos ocupa, la comunidad histórica de Santiago Atzacoalco,  es mucho más complicado comprender esta relación debido principalmente a que actualmente han desaparecido muchas de las actividades productivas que vinculaban a los pobladores con su entorno en una suerte de simbiosis, actividades  que todavía permanecieron en esta parte de la cuenca de la ciudad de México hasta la primera mitad del siglo XX (1950).
Se tiene registro que a principios del siglo XX hacia el final del Porfiriato pasaba por esta demarcación el tren, recorría la municipalidad de Guadalupe Hidalgo, haciendo parada  en la estación de La Villa, posteriormente atravesaba la  avenida Ferrocarril Hidalgo para seguir con su  destino a Veracruz.
Es posible  en el presente tener  acceso al paisaje originario  de esta zona del norte  de la Ciudad de México, es decir la antigua zona lacustre que conocieron los conquistadores europeos y que al mismo tiempo se empeñaron en transformar, aquello a lo que Hernán Cortes en sus Cartas de Relación no vaciló en llamar la “Venecia Americana”.  Es partir de la segunda mitad del siglo XX que esta zona fue convertida en un llano desecado, desapareciendo con ello todos sus elementos faunísticos y florísticos. El norte del gran lago de México-Tenochtitlán formaba en todas sus zonas rivereñas ricos nichos de animales y plantas que los antiguos pobladores supieron aprovechar, reflejándose dicho aprovechamiento en su rica y variada dieta hoy llamada “prehispánica”. Existen muchas habitantes de Atzacoalco que todavía el día de hoy pueden dar cuenta  de esta gran variedad de alimentos obtenidos en los márgenes de este gran lago: migraciones de pato, garzas, totoles (guajolotes), tepezcuintles (perros); plantas alimenticias como los romeritos, quelites y verdolagas.  Presentes en la memoria que guardan celosamente muchos de  sus ancianos pobladores se preservan imágenes de aquellos tiempos. Como se puede constatar en las palabras del Mayordomo Luis Camacho Sandoval quien recuerda las primeras participaciones que tuvo en la fiesta patronal respecto a la elaboración de  la comida tradicional de la zona tal es el caso de los siguientes platillos tradicionales:
·         “ Mixmole: mole  que lleva  como ingrediente principal una yerba llamada “lengua de vaca”, la cual debe su nombre a su forma, cuyo sabor es un poco ácido; crecía en las orillas de las chinampas y de las lagunas  y ahora sólo se consigue en Santa María Aztahuacán,  Ixtapala y en Xochimilco. Este guiso lleva además charales, chile ancho y xoconostle.
·         Ahuautle: hueva  de mosco  de la laguna, con el que se hacen unas tortitas batidas con huevo de guajolote o de gallina, siendo muy nutritivas
·         Tamales de frijol, de haba o de pescado en hojas de maíz (totomoxtle).
·         Barbacoa de pato de la laguna o tlaxolo: el pato de la laguna que se llamaba  tlaxolo se encontraba en la zona desde febrero hasta octubre y también  se criaba en las casas.
·         Atole de pinole  y chileatole (caldo semiespeso hecho a base de maíz, tostado, elote tierno, chile y epazote).
·         Ensalada de charales, arroz a la mexicana, ancas de rana en salsa verde; las ranas eran antiguamente atrapadas en los márgenes de las zonas acuíferas de la zona.
·         Mole verde, conejo de campo en pipián. el pipián es un tipo de mole que puede estar  hecho a base de pepita de calabaza o de ajonjolí, en este caso se trata de la primera opción.
·         Caldo de tórtolas o huilotas: ave más pequeña que el pichón, que se cazaba en las zonas del campo.
·         Tórtolas doradas, nopalmole, mixiotes de pollo y carnero, salsas de diferente tipo y  tortillas hechas a mano.” [1]
Cabe mencionar que estos guisados permanecen en la memoria de quienes ostentan  esa comida tradicional como un valioso tesoro, en su mayoria son personas mayores de edad, como es el caso del mayordomo, dejan traslucir en su discurso y permiten recrear lo que ahora no está más presente. Se dice que la comida representa el paisaje en el cual se habita y es en la mesa donde se ponen todos los paisajes donde se vive.
En este sentido ahora cabe preguntarse ¿Cuáles son  los paisajes que se colocan en la mesa de los hogares urbanos actuales?
En la época modernada, en esta zona se fue asentando una población migrante de distintas regiones del interior del país, la cual fue conformando un sector cuyas características socioculturales participan en lo que se puede denominar la cultura popular: conjunto de patrones culturales y manifestaciones artísticas y literarias creadas o consumidas preferentemente por las clases populares por contraposición con una cultura académica, alta u oficial centrada en medios de expresión más vinculados con las clases acomodadas y/o con formación intelectual. De esta forma, lo que tenemos en la actualidad es un estilo alimentario cuya variedad se fue construyendo sincréticamente a partir de distintas influencias, de las provincias interiores con los estilos persistentes de los antiguos pueblos y comunidades históricas de la zona que perviven resistiendo para no desaparecer y que están en una constante significación y re significación de todas su prácticas sociales; como lo es su alimentación, tradiciones, religiosidad, los valores educativos y la forma de habitar la ciudad.
Hoy en dia podemos hablar de una cultura popular presente en el sistema culinario, es decir; en la manera de cocinar y de comer;  podemos observar un estilo que se produce y se reproduce en los espacios públicos. La comensalidad pública como acto donde se comparte la comida (espacio comensalístico, como espacio ritual) con los que hay identificación y con los que se comparte el habitar los espacios públicos. Como dice el sociólogo Pierre Bourdieu, el habitus la cultura  es  antes que nada lo actuado y lo vivido desde el punto de vista de sus actores y sus prácticas.[2]
La comida popular urbana presente en la vía pública, es la comida de la calle, del barrio, de la cuadra, de la plaza; al mismo tiempo da identidad y delimita el espacio de convivencia,  en este caso de las clases sociales populares. Como menciona el antropólogo Jesús Contreras: la comida es también objeto de pactos y conflictos, el comportamiento alimentario marca tanto las semejanzas como las diferencias étnicas y sociales, clasifica y jerarquiza  a las personas y los grupos, expresa formas de concebir el mundo e incorpora un gran poder de vocación simbólica hasta el punto de evidenciar que en efecto «somos lo que comemos».[3]
La comida popular del pueblo de Santiago Atzacoalco es la cocina de lo que se come fuera del espacio doméstico, si acaso sucede que se compra para consumirla dentro del espacio íntimo de las familias; sin embargo lo que se enfatiza y le da su peculiaridad es a la inversa es el espacio de afuera, el de la comensalidad pública, y  la sociabilidad alimentaria es justamente el momento de compartir la mesa con los demás; como bien lo menciona otra vez Jesús Contreras. Es, pues, el elemento básico en el inicio de la reciprocidad del intercambio interpersonal y, en general, en el establecimiento y mantenimiento de la sociabilidad.[4]
Por ejemplo, esta comida en los pueblos urbanos y colonias populares de la ciudad, tiene expresiones con la persistencia de los lugares donde se prepara públicamente la comida que es ofrecida y vendida en la vía pública, en la calle. Es la comida que se busca más asiduamente para la cena, la tarde noche es el momento que deja ver el sentido de esta comida para los hombres, las mujeres, los jóvenes, niños, adultos y ancianos; todos se dan cita ante la gran diversidad de opciones culinarias que ofrece la calle. No deja de ser importante que algunos de estos improvisados restaurantes, fondas, puestos, etc., son ya “clásicos”  o conocidos como tradicionales e identitarios de la colonia o del pueblo.
Ejemplos de estos son los expendios donde se ofrecen tortas, pescaditos, hamburguesas, tacos de suadero y al pastor, quesadillas del “Güero”, papas fritas afuera de la panadería, los tamales y no puede faltar los cafés, los pulques, gelatinas, esquites, pan casero, etcétera. Todos y cada uno de estos productos culinarios son esperados ansiosamente por sus comensales; es más comúnmente la tarde noche la propicia para el encuentro con los vecinos, es uno de los ya escasos momentos que ofrece la ciudad para la convivencia gastronómica, para degustar los sabores, los sazones ya conocidos por todos, en algunos casos con antigüedad de más de 50 años.
Personas que vieron los cambios y recuerdan con añoranza aquellos tiempos que ya se fueron y que al mismo tiempo reconocen, valoran  así lo presente. Comemos lo que nos sienta bien, lo que nos gusta, aquello que permite nuestro bolsillo; aquello según si somos hombres o mujeres, niños o adultos, pobres o ricos; elegimos o rechazamos alimentos a partir de nuestra experiencia diaria, de nuestras ideas dietéticas, religiosas o filosóficas.[5]
Cuando hablamos de comida y tradición culinaria se ha dejado de lado a lo que aquí hemos llamado comidas populares, estás que van surgiendo día con día pero que van convirtiéndose en el distintivo local.
Así preguntamos quién no ha escuchado habla (en el caso de esta ciudad urbe) de los tacos de canasta del periférico (Perisur), los tacos de carnitas del Estadio Azteca, las tortas de don polo (ya con varias franquicias), la birrias de Congreso de la Unión  o bien los mariscos de Iztapalapa. En fin, comer en la Ciudad de México es al mismo tiempo un tipo de acto de “antropofagia” (costumbre humana de comer carne de seres de su misma especie), es comerse la ciudad en todas sus manifestaciones culinarias. En la comida popular urbana aparecen bien mezcladas la tradición indígena, la tradición urbana y las muchas influencias que componen a la ciudad cosmopolita como lo es la ciudad de México: un crisol de influencias culturales. Las mega ciudades, creemos, son eso: megacostrucciones históricas y culturales en las cuales y particularmente el Distrito Federal -como lo menciona el poeta del metro Balderas- “hay que estar preparado a lo que se encuentre en cada estación”. Y también en el subterráneo de nuestra ciudad, en sus pasillos, encontramos ofertad y consumos de comida popular.
Este artículo esboza y señala algunos elementos de la trasformación de la gastronomía en el pueblo urbano de Santiago Atzacoalco. A través del memorial en voz de los habitantes  se podría abundar mucho más en la transformación que  la gastronomía ha sufrido a través del tiempo en ese lugar.
María Ana Portal y Lucía Álvarez[6] mencionan, con respecto a la memoria oral, que esta puede ser pensada  como un proceso análogo, en el cual los recuerdos que retiene el grupo se estructuran por pedazos-materiales y simbólicos de historia vivida y re significada continuamente, de construcciones individuales socializadas. Por otra parte la historia oral es una metodología de investigación que se apoya en técnicas diversas que posibilitan la recolección de narraciones individuales  o colectivas, con la que se enriquece el proceso de investigación y permite la recuperación de la historia de comunidades, en ausencia o complemento de documentos escritos. Es decir, este método juega un papel importante en la recuperación de la identidad de los grupos sociales.[7]
De los aspectos patrimoniales que en apariencia están valorados, por decirlo de alguna manera, por “de faul”, uno de ellos es la importancia cultural que pueda tener la gastronomía de México y las implicaciones que pueda tener, la tradición oral en esa actividad, pues no sólo en ella se transmite, como fenómeno  comunicativo, la lengua, sino que a través de ella, también la enseñanza culinaria; por ejemplo de la preparación de un platillo. En ello se transmite también un conjunto de valores, tradiciones y en general, gran parte de la cosmovisión de una comunidad, ya que la elaboración de un platillo, muchas veces, está relacionada con las fechas de siembra o cultivo, con las celebraciones comunitarias, como fiestas o ceremonias religiosas, y por supuesto, con la cohesión social que representa la preparación diaria de los alimentos.

Por otra parte, pareciera obvio afirmar que la comida mexicana es el resultado de la mezcla de la comida prehispánica, de la española, además de las influencias de la comida negra traída por la esclavitud de africanos al continente americano, y de la misma manera, del vaivén de gente por las rutas migratorias y comerciales dentro del continente a lo largo de los dos últimos siglos.

En la actualidad la comida y la bebida son objeto de estudio por las disciplinas sociales, antropológicas e históricas, por las implicaciones que pueden derivarse desde y en las diferentes formas de cultura; por ejemplo las preferencias por algunos platillos, la función que puede tener cada alimento, ya sea por gusto, por su consumo tradicional, por apego a lo religioso e incluso por algún uso místico. Respecto a lo que se ha dado en llamar “cocina mexicana”, tenemos la  siguiente perspectiva:

“Dada la diversidad de etnias, culturas e idiomas que coexisten en el territorio nacional, es difícil hablar de una cocina mexicana. Esta situación se remonta hasta la época prehispánica, cuando también existía un mosaico étnico, al cual vino a sumarse, a través de la conquista, la población hispánica, la africana y de otra procedencia en la época colonial y en el siglo XIX”.[8]

Las cocinas tradicionales de México han sido muy importante para Chefs e investigadores, entre otros, por la riqueza que hay de alimentos, y la forma de cómo es que cada cultura representa sus tradiciones, así mismo  la manera en la que plasman un arte  en su propia gastronomía. Además es posible considerar la herencia cultural gastronómica como un fenómeno de comunicación que se transmite de generación en generación por medio de la transmisión oral.



[1]  Velazco Luisa, Ana. La historia y cultura de la comida lacustre entre lo
pueblos  originarios de la cuenca de México en  Comida, cultura y
modernidad en México, Perspectivas antropológicas e históricas
Catherine Good y Laura Elena Corona, Coord. México . ENAH, , 2011.

[2] Giménez, Gilberto. Estudios sobre la cultura y las identidades sociales.
  México, Conaculta-Iteso, México, 2007.


[3] Contreras, Jesús, “Introducción”, en Alimentación y cultura. Necesidades, gustos y costumbres, Barcelona, Universitat de Barcelona, Publicacions, Ciencies Humanes i Socials, 1995.

[4]  Ibid.

[5]  Ibid.

[6] Portal, María Ana y Álvarez Enríquez Lucía. “Pueblos urbanos entorno
  conceptual y ruta metodológica. Acerca de la ciudadanía, en: Pueblos Urbanos, identidad, ciudadanía y  territorio en la Ciudad de México, colección México y democracia, México  UNAM, PORRUA, CEIICH-UNAM,  2011

[7] Peppino Barale Ana,  El papel de la memoria oral para determinar la identidad local 1996,

[8] Florescano, Enrique. Atlas-cultural- de México, Gastronomía, SEP, INAH PLANETA, México, 1988

Obras complementarias

Barrientos, Aragón Carlos,  “Cosmovisión dominante, cosmovisión indígena” en Identidad y territorios de los pueblos originarios,  CLOC/vía campesina, Brésil, www.cloc-vía campesina.org. 2011.


Correa, Hernán, "Representaciones comunitarias: fiesta, mayordomía y danza en Ajusco, Distrito Federal", tesis de maestría en Estudios Latinoamericanos, México, FFyL–UNAM, 2003

Cruz, Rodríguez, Moreno Alejandra, Cruz Rodríguez Leticia y Gutiérrez Marisol, en, Álvarez Enríquez Lucia (Coord.),  Pueblos Urbanos, identidad, ciudadanía y territorio en la Ciudad de México, colección México y democracia,  UNAM, PORRUA, CEIICH-UNAM, México, 2011.


La Bohemia. Gaceta de publicación mensual,  Febrero, p 9-10, en línea, www.cronistasdf.org.mx/10142/98748.html. 2008.

Ley orgánica del distrito  y de los territorios federales, (31 diciembre de 1928)   en línea http://www.juridicas.unam.mx/publica/librev/rev/rap/cont/61/pr/pr21.pdf


Pérez, Martín del Campo y Rivera Nolasco Marco Antonio (2011), “Los pueblos 
originarios de México”, en Revista de Estudios Agrarios,  en línea  www.pa.gob.mx.


* Saida es doctorante en Estudios sobre la Ciudad en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México UACM, Licenciada en Archivonomia por la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía ENBA, pasante en la carrera de Ciencias sociales (sociología y antropologia) por la UACM.

Comentarios

  1. Muy completo el asunto de la comida y la entrevista con Camacho. felicidades!

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