De ella nadie se acuerda


“De ella nadie se acuerda.” Fue una frase lapidaria que un primer “alguien” pronunció sobre un segundo alguien. La expresión generó el pretexto para estas líneas. Sobre el segundo alguien, como ya se dijo, trata este escrito y es, por así decirlo, una respuesta al desafortunado enunciado aludido y al cual desde este momento podemos responder afirmando, “más vale, que te recordemos, Conchita”.
Concepción es una mujer cuyo ánimo se ha desbordado de su  menudo cuerpo y ha inundado además a las comunidades de la Sierra Madre Oriental mexicana.  Quien dude de la presencia e importancia de su andar por estos suelos, vale la pena recordarle que sin su intervención y empeño, muchas manos nahuas y otomíes no tendrían donde depositar la semilla para sembrar y, otros seguirían siendo víctimas de la perversa relación entre justicia y ley, viviendo aún entre las rejas de alguna cárcel del país.


Hagamos memoria. En la vieja y desparecida URSSS, Gorbachov abría posibilidades cuyas consecuencias se concretaron en la perestroika, por otro lado, en lo que le llaman viejo continente, el muro caía. Caía también, para muchos de nosotros, una posibilidad, un anhelo, y con ello se le daba paso al capitalismo. El neoliberalismo tenía entonces manga ancha. En la Ciudad de México se escuchaba con fuerza a “flans”, “los hombres g” y otros grupos de lo que se llamó “rock en español”, las discotecas se llenaban de break dance, y el entonces regente de la ciudad se ocupaba en embellecer las avenidas. Mientras tanto, en un mundo ajeno enraizado  en la Sierra Madre, las notas nacidas de sagrados violines y los ecos de los pasos de las danzas, viajaban entre los cerros y laderas empinadas, rindiendo tributo a la antigua diosa madre. Sin embargo, nada es permanente, al contrario, el cambio es lo intrínseco en la naturaleza, así que a la par de danzas y sones, algunos advenedizos iniciaron a acumular tierra. Ellos, por supuesto, no veían en la vieja diosa más que un objeto, una herramienta para ganar metales y papeles. Así pues, la tierra fue arrebatada, acumulada por aquella gente blanca y progresista, “caciques”, les decían. Los otros, los que se opusieron a esa acumulación, los hijos de la tierra, los de piel morena y habla antigua, fueron asesinados, encarcelados o desparecidos, así que los violines y las danzas fueron silenciados.
En esos sombríos días, nadie entraba fácilmente a esta sierra, los caminos eran peligrosos y los caciques controlaban la acción y la palabra. Desde luego, no eran tiempos de selfies ni de likes, sino del enfrentamiento cara a cara. En ese contexto, fue necesario entonces la delicadeza, el andar valiente, cauteloso y preciso. Ese andar apareció con Conchita, abanderada con una preparación formal en derecho, y una conciencia plena sobre los derechos humanos. Podemos decir, que se graduó con honores ante el complicado sínodo de la sierra. Caminó Conchita entre los muertos y los encarcelados, dejando su ímpetu entre los tortuosos caminos de la seudojusticia mexicana. Las amenazas no se hicieron esperar, y los costos de aquellos pasos, también anidaron en su propia familia.
Las cosas fueron cambiando con mucho esfuerzo sobre el eje de varias acciones; organización comunitaria,  capacitación, el enfrentamiento con caciques y el injusto sistema de justicia mexicano. En todo se involucró Conchita y, su participación fue decisiva para la recuperación de la tierra en las comunidades de Ilamatlán y Texcatepec, así como en la liberación de los compañeros encarcelados injustamente. Poco a poco, los sones volvieron a escucharse y las danzas a realizarse. Ese andar es un digno tema para cualquier tesis de maestría o doctorado.
Han pasado algunos años de todo aquello y las condiciones han cambiado, lo que no lograron los caciques, lo ha hecho de manera directa y sin oposición, el neoliberalismo, la migración y la modernidad liquida. Los sones se han venido callando y trastocando por narcocorridos o bandas con letras ofensivas y machistas. La tierra, antes defendida, es ahora vendida sin necesidad de amenaza, la milpa es cada vez es menos importante y en todo este contexto hay quien sin empacho dice, “ De ti nadie se acuerda Conchita”, a lo que yo respondo, que más valdría acordarnos, y procurar que hubiera más, que como ella caminen la sierra,  dejen de lado lo personal y se preocupen por la tierra sagrada, en resumen, que les importe más el “nosotros”, que el “yo”.
Espero que antes que la modernidad nos troque a la comunidad, por el individuo, nos cambie la estabilidad comunal, por la ganancia personal, las Conchitas de este mundo se vean fortalecidas y siempre vivas.  

Comentarios

  1. Gracias por esta reflexión Martín. La memoria es más fuerte que el olvido, a contrapunto del mundo de lo efímero, de los amores líquidos, del carpe díem de Horacio.
    Los tiempos aquellos que vivimos Conchita y yo o otros muchos, más allá de la memoria, fueron fundantes. Apenas se imaginaría ahora lo que la gente hizo en esos tiempos. Recuperar su territorio y recuperarse a si mismos. No sé si fuimos actores o afortunados testigos, o uno de los hilos del cable. Son historias irrepetibles. Ahora se cantarán otras. Lo que pervive es el trío huasteco y el xochipitzahuac. El recuerdo es nuestro y, cuando nos pregunten lo diremos, para que se convierta en memoria. Por lo demás, como dijo un tal Jesús, siervos inútiles somos. Hicimos lo que teníamos que hacer.

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