Cejas


Me sobrecoge abrir los ojos por la mañana y pensar que no estén ahí. Cosa ridícula, lo sé; pero no logro evitarlo. Despabilándome, inmediatamente llevo mis a manos al rostro buscando sentirlas. Y como si no fuera suficiente con ello, corro al espejo para terminar de convencerme de que están en su lugar. ¿De dónde me nació esta manía?, no lo sé, supongo que de antiguo. Alguna vez leí, no recuerdo en qué lugar, que la felicidad no está en las palmas de las manos si no en las yemas de los dedos Mi madre, mujer ceñida al hogar y a una eterna prisa, repetía el mismo ritual cada mañana, siempre en el quicio de la puerta, sacaba la lengua y hundía el dedo pulgar en ella, para que después, imitando a Iris Scott quien utiliza las yemas como pincel, formara dos arcos arriba de mis ojos. Así pues, me mandaba a la escuela con una cantidad suficiente de saliva en las cejas para que permanecieran en su lugar por unos minutos. 

Dicen quienes lo recuerdan, que cuando vine a este mundo, era yo una cara hecha de ceja y, mi madre a quien le incomodaba el hecho, mandaba que desde pequeño se me depilara; cremas, pinzas, banditas con pegamento, hierbas, en fin, de todo recibieron y sufrieron mis pelillos de la parte superior de los ojos. Aún con todo, nunca se logró amainar la cuestión; así que ya en edad escolar, los apodos no se hicieron esperar: “licántropo”, “chango” “unicejular” “cejas de azotador” “cara con raya”, son algunos de los que recuerdo. 

 No crean que no considero ridícula esta manía mía de despertar y que sean las cejas mi primer pensamiento, también comprendo que no pasará lo que en aquel cuento ruso sobre la nariz, que un día no amaneció en su lugar. No, eso sería cuestión de consulta con psicólogos o psiquiatras; pero se ha de comprender que con el tiempo aprendí el valor de mis cejas, y he tratado, por supuesto de hacérselos entender a los demás. En principio de cuentas, poseen funciones vitales, como evitar el exceso de sol, o el escurrimiento de sudor en los ojos. Pero más allá de estos vulgares usos, ellas, las cejas son el espacio del sentimiento. Esto, lo descubrí en la primera clase de dibujo que cursé. Al trazar con el lápiz el rostro humano comprendí, que cada ceja es única y, la relación que mantiene con su par es de completa armonía, aunque sean totalmente diferentes. En ese mismo trazo las cejas encerraban todo lo que hay que saber del rostro humano, sin ellas, esos rostros se volvían meros círculos sin alma; son pues, las que indican, las que aprueban, desaprueban, transmiten. En resumidas cuentas, concluí que el humano es parte de las cejas, y no al revés, ellas, pueden hacer contigo lo que quieran. 

Hoy, mis cejas están en su lugar y vine en busca de trabajo, llegué con las cejas correctas para ello; le he dedicado el tiempo y el cuidado necesario. Es una lástima que la licenciada que me entrevistó no valorara este hecho y que yo, no haya obtenido el trabajo. Pero créanme, al entrar a la oficina y ver sus cejas, no pude dejar de observarlas y, después de explicarle la importancia de las mismas, ella intentó arquearlas para desaprobar mi dicho. Tal vez no debí ahorcarle, pero créanme, nadie que ha renunciado a sus cejas naturales y ha puesto en su lugar un vulgar tatuaje, puede ser considerado humano. 

 Alejandro Durán Ortega

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