Rumbo a la Servidumbre

 

 
Mi madre, Segunda de izquierda a derecha

En dos gallinas y una guajolota consistió la comida con la cual se celebraron los 15 años de mi madre, Cinco días después, aquella ranchería donde se realizó la comilona, quedó atrás y sus pies se asentaban ahora sobre avenida Insurgentes y la calle de Álzate. Mientras que sus necesitadas pisadas se dirigían a la servidumbre, la Segunda Guerra Mundial había concluido y se estrenaba la Guerra Fría. En México, el Partido Popular nacía de la mano de Vicente Lombardo Toledano, y Jorge Negrete, triunfaba en cine con la segunda versión de “Allá en el rancho grande”. Todo ello, era el contexto de mi madre, en ese 8 de julio 1949.

Aquella jovencita llegaba a la ciudad con una trenza cuya punta acariciaba sus corvas, muestra de su mocedad y una tez blanca y recia de su pasado indio-español-criollo-mestizo. (¿Qué otra cosa somos en esta vieja América?) Arribaba juntando sílabas, pero sin juntar palabras, porque aunque había asistido hasta tercer año de primaria, lo cierto es que, como ella me lo dijo, ni asistía a diario, ni podía hacerlo aunque lo hubiera querido. Tiempo después supe que fue mi padre quien le enseñó a leer y a escribir. Recuerdo una ocasión haberla visto leyendo la vida San Ignacio de Loyola y su catedra posterior sobre el mismo tema.

El recorrido de aquel 8 de julio se realizó en un camión amarillo que salía de Huayacocotla y llegaba a Tulancingo Hidalgo. El transporte realizó una parada en un pequeño pueblo llamado Agua Blanca y ahí fueron comprados tres tacos. Uno para ella, otro para su madre y otro para Marcela, quien fue la principal responsable de aquel viaje, pues ella había conseguido aquel trabajo para mi madre. En Tulancingo se realizó el transbordo hacia la Ciudad de México, abordaron otro autobús cuyo origen era Zacatlán de las Manzanas. El resultado de aquel viaje fueron mareo y vómito, y el surgimiento de la pregunta “¿para qué me vine?” pero Marcela, pronto compró pastillas para resolver el malestar físico, pero dudo que las pastillas, Marcela o mi madre hayan resuelto la pregunta.

A mi madre le entró temor, cuando bajando del autobús vio aquel extraño edificio y Marcela le dijo que “ahí guardan cosas antiguas”. A sus espaldas resonaron los fuertes gritos de los trenes que llegaban o salían de la estación. Se trataba del histórico Edificio “del Chopo” y de la estación de trenes de Buena Vista. Los sonidos de aquellos trenes anunciaban una vuelta en la historia de mi madre. En los días siguientes conocería a María García Conde, una de las novias de Jorge Negrete, (pero esa, es otra historia). Lo cierto es que, ese 8 de julio mi madre, empezaría a ser empleada doméstica, sirvienta, o como dicen algunos en tono despectivo. “gata”. Así, no saben ustedes de lo orgulloso que estoy de ella, puesto que acá, desde donde hemos escrito, no hemos recorrido París, ni tenemos grandes propiedades, siempre hemos sido “sirvientes”, pero eso sí, jamás seremos, “serviles”, ni a patrón, ni a político.

Te amo madre.

Alejandro Durán Ortega

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