La literatura y “Las personas decentes”.
La literatura no es parenética. Quiero esto decir que no busca persuadir y no tiene intención de educar a nadie, o acaso, se tiene que especificar que no toda la literatura, o el grueso de la literatura no posee esta finalidad. Leer novela, poesía, cuento, no puede ser considerado como un acto educativo; sobre todo, si por dicho acto se entiende “encierro por horas en alguna habitación”. Encierro donde se detonan, exponen, gestionan, promueven múltiples cosas; algunas, relacionadas con la adquisición de conocimiento y otras con la alineación a las normas sociales.
El título de la novela de Pedro
Mata: “Las personas decentes”, puede resultar engañoso; pues alguien pudiera
confundir, si se atiene exclusivamente a la portada, con una especie de manual
de Carreño o texto educativo; más resulta que Pedro Mata, mata esa posibilidad,
cuando bajo el epíteto; con fuente menor y entre paréntesis previene: (novela).
“Las personas decentes, (novela)”, sería el texto completo que a primera vista
aparece frente al lector.
He de decir que esta forma de presentar la obra me llamó la atención. Acomodada en la sección “romántica” apareció ante mí, en uno de los estantes de una de las librerías de viejo, ubicada en la calle de Donceles. He tomado por costumbre que, en cada visita a la CDMX, visito también esta vía; hurgo entre los textos viejos y en mi nariz se mete ese olor tan propio del texto antiguo que es difícil de describir. Buscaba yo una novela de amor, de amor romántico que me ayudara como inspiración para hacer coincidir a Javier Bramante y Pilar Pardavila, pareja que se conoce, enamora y emprende una larga tarea para dar con los secretos del universo; todo ello en mi próxima novela.
Regresando a “Las personas decentes”, el ejemplar que saqué del estante me llama y ante mí, presenta varios detalles; nimiedades, que sólo un zafio como yo, toma en cuenta. La primera la he señalado, me resultó curioso que libro presentara esta necesidad de especificar que se trata del género novela. La segunda es que no aparece el año de edición resultado tal vez del desprendimiento pretérito de alguna página; a cambio, en la primera hoja se anuncia autor, título, editorial y una pequeña rúbrica que dada mi escaza paleografía, asumo que dice, acaso “Mabel”. La tercera menudencia es la que me resulta más curiosa: en la página 215, un personaje llamado Miranda, argumenta sobre la relación, entre cambio de tiempos, cambio de moral y en dicho párrafo sucede algo que no había visto en cualquier otro libro impreso. Pueden observar en la imagen lo que acontece.
Estos dos párrafos de cabeza son
seguramente un error del tipógrafo; pero ¡que caray!, yo no pienso que sea desliz;
y si acaso lo es, lo considero uno, del todo grato. Acaso aquel distraído
amigo, leyendo estaba otra cosa, o con café en mano y cigarro realizaba el
trabajo, y una voz, un llamado, una mujer tal vez, hicieron que siguiera
acomodando cada letra sin que notara el traspié. En todo caso volvió ese tiraje
único otorgándole cierta personalidad; luego el libro fue
adquirido, leído y apropiado quizá por Mabel, recorrió camino y acá está
entre mis manos ahora. Lo he subrayado, ¡claro!, y lo intervengo por segunda,
tercera o cuarta ocasión, no lo sé. De dicho subrayado se desprenden una serie
de reflexiones; reflexiones que por supuesto, Pedro Mata, estaba lejos de
sospechar.
Se trata de una novela que
recuerda la Casa de Bernarda Alba en el sentido de ser expresión del espíritu
español, un espíritu conservador, donde se asoma la fuerza del “qué dirán”; una
sociedad donde el honor era entendido en relación con la sujeción individual a las
reglas sociales y religiosas. Joaquín Soler Serrano en alguna charla con Octavio
Paz coinciden en que tal vez, en cierta medida el espíritu conservador y de
guardar apariencias, es heredado en cierta medida de España a México.
Pedro Mata, juega con esas reglas,
sobre todo a lo que atañe a la relación de pareja. Hace el autor, que sus personajes
traicionen, mientan, se esfuercen en la apariencia a costa de la felicidad. El
matrimonio necesita sacrificio, continuidad, estabilidad y el personaje
principal pronto descubre que esas reglas sólo se cumplan ficticiamente; él mismo
trata de alejarse de ello, pero sin quererlo termina en la misma trampa. En
todo este contexto, la amistad aparece como un eje de salvación; el amigo que
se elige y no se asigna, es en esta novela, el otro gran pivote.
Esta obra, no sería vista con
buenos ojos el día de hoy, y muy seguramente terminaría quemada en la hoguera
de las ideologías que dominan las redes sociales; sin embargo, pasa con la
literatura que de repente, un texto olvidado aparece con risa burlona en la librería
de viejo.
Alejandro Durán Ortega
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