Sobre el Principito



Hoy vi un colibrí. Volaba casi a ras de suelo y siendo aún de día, la luna y el sol lo cobijaban. Espero hayan visto esos días en que la luna se puede ver siendo aún de día y espero que como a mí, a ustedes los haya sorprendido esa figura porque, pocas veces pude el día estar tan cerca de la noche. Así pues, la luna y el sol estaban en el cielo y ella nos veía con sus ojos de conejo, y él, con los suyos de miel.  Al colibrí lo cobijaban los dos y a mí me acariciaban los tres. Los colibrís son únicos, únicos en el sentido que todo ser vivo es único. Las cucarachas y la ratas también lo son, pero poca gente valoraría esa imagen, el arte es elitista, dicen. Por otro lado, he tenido la condición de que de mis parejas odiaban o a las cucarachas o a las ratas, alguna otras a las serpientes, hormigas, abejas, murciélagos y así por el estilo. ¡Vaya cosa!, ni unas ni otras, (me refiero a los tipos de animales enlistados y mis parejas) han tenido culpa en ese juego de odio, las unas porque han sido concebidas de esa manera y las otras porque no lo han sido.


Hoy he visto el atardecer, la puestas del sol le gustaban al Principito. He de decir que también me han gustado las puestas de sol, pero no había tenido tiempo para ver muchas. Había leído el libro un par de ocasiones y cada vez me entusiasmé más. Antonie de Saint-Exupéry logró ese tufo de eternidad – actualidad, aunque el odre sea viejo. Su vida según creo, estuvo marcada por las mujeres, tanto así que, por una de ellas (Louise de Vilmorin se llamaba, según recuerdo) dejó se ser piloto aviador. Supongo que a esa pareja de Antonie tampoco le gustaban las serpientes, las boas, y los zorros. En todo caso el Principito habla de esos y con esos animales y uno podría agradecer a Antonie o a Louise ( no lo sé) que él haya regresado a los cielos. De los cielos cayó el Principito, tal como la cobija que arropaba a mi colibrí el día de hoy. Y casi toda cosa caída del cielo ha de ser buena, más no lo digo por el hecho de provenir del cielo, sino por la caída. Toda descenso es aprendizaje.
Yo tengo dos árboles de ciruela, tal como el Principito tiene una flor, pero ésta última nació sola y a las ciruelas yo las planté. Supongo que hay diferencia en eso, es decir, en ver que algo nazca y en hacerlo nacer. He sido mal silvicultor, a mis árboles los he dejado abandonados hace algún tiempo, y aunque de vez en vez regreso a ver cómo van, y son hermosos y saludables debido a que los planté en buen tierra, no dejo de extrañarlos.  Y ahora que ando metido en tierra árida pienso que fue conveniente dejarlos allá, pues sus frutos se comienzan a ver en ese tono entre verde y rojizo y sus ramas están cargados de ellos.
El principito es uno de esos libros que hacen que uno se encuentre con un mismo y eso queridos amigos puede ser aterrador. Encontrarse con uno mismo o con parte de uno mismo caminando por la calle o por el monte no es cosa de todos los días, eso sólo lo puede hacer sin peligro un niño. Cuando regresé de ver la puesta de sol, me miré en el espejo y quise recordar cómo era antes, pero sólo me vi como soy hoy. Los espejos no ayudan mucho a ver el pasado o el futuro, por eso releí el Principito, porque es un libro que habla del pasado y del futuro y en él se encuentra el resumen de todo el universo: Un elefante dentro de una serpiente.
Alejandro Durán Ortega

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