De burras, mulas y caballos.
Fotografía: Alejandro Durán Ortega |
Hoy
vi a Don Guadalupe, quien llevaba sus animales cargados de zacate. Curiosa cosa
esa de cargar tu propia comida, pero… acaso ¿no hacemos lo mismo cada domingo
en el tianguis? Ahí va la señora, marido atrás; (a veces trocado el orden). Una
bolsa cada mano, o en su defecto un morral, lleno de papas, tomates, paguas,
piloncillo, (o como otros mientan: panela) pollo, habas, y en fin, que se mercó
todo el recaudo y cargados vamos, de nuestro propio alimento.
Regresando
a Don Lupe, en amena plática, me indicó que viajaba de Carbonero a Teximalpa, y
lo hacía por el viejo camino, casi en desuso, que va a todo espinazo de la
Loma. Cuando observé la elegancia del manejo de sus bestias, me hizo recordar lo
mal que manejaba yo aquel asunto. Mi abuela me dictaba poner el avío a la
burra. Una borrica parda que por cierto fue abatida por un rayo; la pobre quedó
tan chamuscada cual si la hubiéramos metido al fogón. El caso es, que aquel
animal era usado para acarrear agua del pozo. Pozo, que ahora está más seco que
garganta de crudo. Pero bueno, siguiendo con la historia, allá iba yo a echarle
encima del lomo a aquella pobre burra, no sé cuántos costales para después
colocarle el avío y, sobre éste, las castañas; que por cierto, por castañas me
refiero a recipientes de metal, cuyo uso era especial para cargar líquidos. Estas
castañas se colgaban a los costados del animal en cuestión y con ella se
acarreaba, pulque, aguardiente, y como señalamos, agua. La aclaración
sobre la palabra “castaña” me parece adecuada, porque por ella también se entiende
un género de fruto, del árbol del mismo nombre, pero en masculino. También me es necesario aclarar que un avío eran todos los instrumentos necesarios para que aquellos animales pudieran cargar , aunque la palabra ahora se usa como sinónimo de préstamo. Por otro lado
y, aclarando un punto descontextualizado, treintaiuna palabras adelante he de
colocar un punto y aparte, pues aunque no es correcto, ya que seguiré bordando
sobre la misma idea, me parece pesado que al lector no se le dé respiro.
Fotrografía: Alejandro Durán Ortega |
Continuo pues el relato, la cuestión es que, era yo el más incapaz para colocar avíos, ya fueran de burros, mulas o caballos, y siempre terminaban las castañas rebotando en la panza del animal o bien en el mejor de los casos con menos de la mitad del líquido que originalmente había vertido dentro.
Otra
cosa curiosa me recordó la vista de aquel hato de animales y su dueño. Se me
vino al pienso una frase de prima cercana, quien aseguraba que aquella porción del
linaje de los équidos llamada jumentos estaba en peligro de extinción, cosa que
me produjo risa en aquel momento, pero que al paso de las lunas, ya no se me
hace cosa de mofa; pues con gran sorpresa veo, que al menos aquí en el pueblo
ya no existe familia que posea algún animal de estos.
Fotografía: Alejandro Durán Ortega |
Pero ¡claro! Con lo dicho en el párrafo anterior no hay que confundirse, y solo baste recordar la respuesta de Sancho Panza a cierta duquesa que le recomendaba como gobernar la ínsula que le tenían prometida:
“No
piense vuesa merced, señora duquesa, que ha dicho mucho –dijo Sancho-, que yo
he visto ir más de dos asnos a los gobiernos, y que llevase yo el mío no sería
cosa nueva”.
(El
Quijote de la Mancha)
Está
frase, no sé por qué, me recuerda ciertas cosas de la política local, pero
mejor será, que pare mis recuerdos y desvaríos, que la ilusión hace mal.
Alejandro
Durán Ortega
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