Apuntes a propósito de "Las Revoluciones invisibles."
Lo que Andrés Cisneros plantea en “Las revoluciones invisibles”, bien se le puede atribuir, no sólo al ámbito de la poesía en particular, sino al de otras disciplinas científicas de lo humano en general. Las condiciones perversas a través de las cuales se generan los espacios y tiempos de creación – legitimación de lo que es o no es poesía son compartidos por igual por todas las áreas sociales. Gremios que consciente o inconscientemente determinan lo que puede ser arte, historia, antropología, psicología, sociología etc. En este sentido el autor pone sobre la mesa dos procesos, uno que obedece a los intereses de mercado y otro a los de la colectividad dominante. Dicha colectividad se expresa sobre todo en grupos ligados a lo académico institucional. En este sentido sospecho que el arte la poesía la pintura la antropología y demás disciplinas han dejado de habitar en mayor o menor medida, los espacios académicos formales.
Frente a estos grupos existe una diversidad de poetas, que como hongos brotan de cuando en cuando, en un montón de comunidades variopintas y que giran en torno al ojo del remolino que, al contrario del remolino natural, expulsa a todo aquel que no comparte los criterios que desde el poder estético se ha establecido. A veces, aquel remolino los atrae, para rellenar un cartel y gozar así de una sana inclusión; pero en general, aquellos poetas, tal como los hongos, nacerán solitarios en los bosques y morirán ahí, conocidos únicamente por aquellos que gustan de esos manjares y saben dónde encontrarlos. Todo ello es parte de lo que Cisneros llama “generalización”, de la poesía mexicana y que niega o ignora, la existencia de esta diversidad. Tal vez todo ello se resuma en la frase “…la “ignorancia” para la sociedad mexicana no es un bien por superar sino un mal que todos buscan esconder”. (Cisneros, 2025)
La aparición de un ojo crítico es pues, necesaria, dice Cisneros. Desde esta perspectiva, la poesía, o los poetas han de voltear a ver a otros para verse a sí mismos. Cosa compleja plantea el autor pues, la mayoría de los poetas parten de un egocentrismo rampante. Hace poco hablaba con un amigo artista plástico que, aunque necio en algunas posturas, algo sabe de este mundo de las letras y una característica acusaba entre los bardos: estos no se leen entre ellos, sobre todo si ninguno ha logrado salir del círculo de la pequeña editorial, pues al compañero poeta se le ve como competencia y no como posibilidad de diálogo. Cosa que es en términos general cierta.
En mi caso me he atrevido a recomendar por ejemplo a Janitzio Villamar, cuya obra “Imagínate como besa” logra ritmos, pasmos y reflexiones que difícilmente podría yo emular y algún otro poeta me señalaba de él características, que no estaban en sus letras, sino en su persona, cosa que me pareció del todo fuera de lugar. Desde acá de la sierra he leído a Emma Manríquez, poetisa que nadie conoce y que recluida en este municipio olvidado de Dios, genera sus cantos que comparte en las redes sociales:
Nombro la poesía,
la digo poco a poquito...
por los sentidos anda...
anida cada tramo del alma...
con su vuelo toca las vidas,
la poesía que digo
remueve las vibras.
Donde anida la poesía,
esta sacude las existencias,
pone al universo frente a sí mismo,
a nosotros mismos,
al espejo para mirarnos
para palpar de qué estamos hechos,
tal como somos cada mañana.
Emma Manríquez Silva
Emma tiene un trabajo que ha sido las más de las veces ignorado, y su obra circula entre pocos, sin embargo, conociéndola personalmente me atrevo a decir que su voz telúrica se alza en estas serranías sin necesidad de abono legitimador. He leído a Hans Hiebe a Sergio Alarcón a Adriana Tafoya, Pamela Gonzales, Sergio García, Lauro Cruz y otros muchos más; de cada uno de ellos he hecho apuntes. Cierto es, dichos apuntes a veces los publico y a veces no. Tal vez la tarea es precisamente esa.
Hasta aquí la primera entrega.
Alejandro Durán Ortega
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