Apuntes a propósito de “El conformista”. (primera parte)

Se trata de una historia sobre la neurosis, el autor coloca al personaje principal en un proceso enfermo que transita de la infancia a la adultez sin que en ello exista tregua alguna. El niño Marcelo, de por sí contextualizado en una familia disfuncional, con una madre concentrada en sí misma y un padre celoso que posteriormente llegará a la locura. La ama de llaves anuncia a Marcelo está fatal condición que también él (tal como lo teme) la posee.

El niño Marcelo es ubicado en un primer capítulo donde pasa del asesinato de plantas, al de animales, y dándose cuenta del gozo que de ello recibe surge a la vez un sentimiento de culpa. En la escuela tampoco la pasa bien, dado su condición física que semeja a un afeminado, por ello es, como en todo nivel escolar, sujeto de burla. Lino, personaje clave, lo salva de una pandilla de niños que pretenden vestirlo de mujer. Ese acercamiento con Lino, se volverá trascendental, pues comienza con él una relación de deseo. Doble deseo, dado que Marcelo añora una pistola que Lino le ha prometido y deseo carnal, por parte de Lino que ve en el niño una presa fácil. Las cosas se salen de control y en una segunda visita a casa donde trabaja Lino de chofer, Marcelo termina disparando sobre Lino. Este primer capítulo me recuerda al proceso de Raskólnikov en Crimen y Castigo, por supuesto, en el ruso se presenta de manera detallada el razonamiento de culpa del asesino que no lo deja en paz y lo llevará al pago de éste; en el conformista, parece ser que Marcelo encuentra una salida… ser mediocre, entrar en la normalidad, actuar en la justa medianía.

Esta seria de acontecimientos de la infancia, van a marcar de manera fundamental las aspiraciones, los deseos y el actuar de Marcelo adulto, quien, por cierto, se relaciona y trabaja para el régimen fascista de Mussolini. El autor nos presenta en un segundo capítulo a un Marcelo adulto, a punto de contraer matrimonio y con una familia de origen aún más desecha que en su infancia. Una madre que no se preocupa ni por su aseo personal y con una relación con su chofer, y un padre encerrado en el manicomio. En una relación con una mujer, que (“Giulia”) no apetece del todo, pero que sirve para su propósito en la búsqueda de la normalidad.

Hay en esta parte dos o tres párrafos que han llamado mi atención: primero, con lo que tiene que ver con los objetos de una casa. El autor coloca a Marcelo, como heredero de un montón de cosas usadas. No se trata de las de su madre, sino las de su suegra; dormitorio, comedor, etc. que ahora serán suyas, por herencia. Es curioso que Marcelo asumía la fealdad de la casa, pero buscando nuevamente la medianía, las aceptaba y las quería por ese motivo. Ahora bien, las cosas, como objetos heredados, son acaso, necesidad no muy bien querida. ¿Quién no desearía todo nuevo? Lo cierto es que, en todo caso, la mayoría de las veces uno nunca escoge lo que hereda, ya sea un sartén o una nariz.

Alejandro Durán Ortega

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