Escribir, leer momentos
“¿Cómo es que se te ocurren tantas cosas para escribir?” me preguntó una querida amiga y, en aquel momento no respondí, pero ahora pienso que… es que a veces, sólo a veces, la tristeza, o el amor, o el odio, la euforia, por mí mismo, por los otros y por todo lo demás que ocupa el tiempo y el espacio, es tan grande, que no dejo de sorprenderme al ver el grado en cómo, algo que no tiene presencia física, puede tener tal poder. De ahí vienen las ideas sobre la escritura; de intentar capturar esas cosas inasibles, y en el proceso de revisión de un texto, uno sólo intenta ver si en esas letras existe un guiño que de sentido a esa curiosa relación entre el yo y aquello que lo controla, o si se quiere, condiciona.
Curiosamente más que en lo que
escribo, es en lo que leo donde se haya de forma más nítida esa realidad. De
esta manera, es cien veces mejor ser lector, que escritor. Un lector es un intérprete,
expositor y resolutor momentáneo de esas realidades indescifrables. Afortunadamente
ese proceso sólo ocurre en el momento de la lectura. De otra manera, este mundo
sería totalmente predecible y por ello aburrido hasta el infinito.
La lectura entonces, es un
momento. En estricto sentido, la lectura no se trata de un hecho físico, aunque
la necesidad de sentarse ante un libro y posar la mirada sobre esas impresiones, es la herramienta necesaria, para ejercer un breve diálogo. Ese diálogo, no es
sostenido durante todo este acto, la lectura, la verdadera lectura, se da en
ese pequeño momento donde el lector, sin decirlo, y acaso, sin saberlo, lo ha
comprendido todo. Se trata, como en el sexo, de un momento sublime; en definitiva,
un éxtasis. ¡Claro! Todo ello sólo ocurre, ante un buen poema, cuento, novela,
frase, etc.; de otra manera sólo se trata un hecho intrascendente.
Así pues, el acto profundo de
leer requiere un texto bien estructurado, pero sobre todo honesto. Desafortunadamente
de estas características hay pocos. Si el lector es un buen lector, sabrá que
en esa lectura hay formas y claves y éste, se dará cuenta cuando ha dado con
este momento sublime. Entonces y sólo entonces toma sentido la escritura.
Alejandro Durán Ortega
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