La Paradoja del deterioro ambiental y el sesgo optimista
Hay en estos
tiempos, algo que he llamado la paradoja del deterioro ambiental y el sesgo
optimista. La idea sostiene que la mayor parte de la población mundial vive en
un juego de espejos que imposibilita una mirada plena sobre el peligro de su desaparición
como especie. En palabras llanas; si sabemos que nuestro único hábitat necesario
para sobrevivir como humanos está en peligro, ¿por qué demonios no hacemos nada?
O bien ¿por qué lo que hacemos, no está funcionando?
Vayamos por
partes, tradicionalmente, el mundo occidental, había formulado una separación tajante
entre el ámbito de la cultura y la naturaleza. Es bien sabido que la cultura se
consideró en cierta medida como el alejamiento de lo natural. Berger y Luckmann, por ejemplo, en su texto, “La
construcción social de la realidad” comienzan diciendo que, a diferencia de los
animales, el humano no posee un hábitat propio y por ello se ve en la necesidad
de construirlo. A esta construcción la llamamos “cultura”.
Partamos de que
dicha dicotomía es real. El humano es un ser simbólico, cultural, y en ese proceso
se aleja de la naturaleza, ya sea que cómo occidente, intente no sólo utilizarla,
sino poseerla, o que, como diferentes culturas indígenas, establezca una
relación sacra con ella, animándola, es decir proveyéndola de personalidad,
pero con todo, también utilizándola. Tenemos en esta relación cuatro hechos.
Primer hecho, cualquier
sociedad hace y ha hecho uso de la naturaleza que están a su alcance; por ello pasan
de ser elementos naturales a “recursos naturales”. Es decir, todas las sociedades
han hecho uso de la naturaleza.
Segundo hecho.
Es a partir de la revolución industrial, que el gasto energético mundial,
derivado de del aumento de la producción y consumo de todo tipo de bienes, es
en gran medida el causante de nuestros problemas ambientales.
Tercer hecho: Hay en la punta de la economía un montón de empresas que encabezan personas físicas con nombre y apellido que les interesa sacar el máximo beneficio de riqueza a través de la extracción, transformación y uso de elementos que se encuentran en la naturaleza.
Cuarto hecho: en
la actualidad estamos frente a un montón de urgencias ambientales que ponen en
jaque nuestro futuro, como especie; se trata en términos generales de un alarmante
deterioro de las condiciones necesarias para que la vida del ser humano siga manteniéndose
como hasta hoy las conocemos. Se trata de señales en verdad alarmantes, como el
tan sonado cambio climático, la acidificación marina, una ola de extinciones
masivas, la pérdida de biodiversidad y un largo etc.
Ante este deterioro,
se oyen todo tipo de propuestas, desde los ecologistas extremos que pretenden
que la naturaleza sea intocable, pasando por los indigenistas que pretenden
recuperar de manera puntual los modos de vida que pertenecen a sociedades indígenas,
apoyados por el dato de que es en estas sociedades donde más biodiversidad se
ha mantenido; y llegando a los más científicos que plantean cosas como “desarrollo
sustentable”.
Pero el factor
que casi nunca es mencionado es que una de las capacidades que tenemos como
especie, es el actuar y pensar de forma individual. Y el individuo, por más que
digamos que es social y está condicionado por la cultura y etc. tiene dentro de
sí un montón de pensamientos y sentimientos y, es el individuo el que se
enfrenta a los problemas y toma decisiones diarias.
Una cuestión fundamental
es que a nivel individual estas nuestras sociedades están llenas de traumas que
dudo mucho existieran por completo en el pasado: trastornos de ansiedad, trastornos
del estado de ánimo, trastornos de conducta alimentaria, de personalidad, psicóticos;
pero más allá de hablar de ellos, dado que no soy psiquiatra, quisiera
detenerme en un elemento individual y social a la vez. La necesidad de la
seguridad.
Cualquier
individuo, de cualquier sociedad desde su nacimiento necesita seguridad física,
biológica, y psicológica. El entorno seguro de cualquier individuo siempre ha
estado dentro de la cultura, y es por ello que buscará en ella la satisfacción
de esta necesidad. En el caso de la mayoría de los humanos modernos han nacido
en espacios muy alejados de la naturaleza, se han desarrollado en entornos
donde lo natural se les ha vuelto ajeno. El agua proviene del grifo y la comida
del supermercado. Por ello, cuando se les plantea el caso de la pérdida de su hábitat,
el primer referente es un hábitat de cemento y rascacielos. Ese es su entorno
de seguridad y ese no está amenazado.
La visión sobre
el hábitat natural está deformada. La mayoría de la población en el mundo al
menos más del 50% vive en un entorno de ciudad. Por ello su hábitat no es el de
la naturaleza o cercano a ella. Ellos no observan ningún deterioro, desde que nacieron,
ha sido así, el mismo metro, el mismo autobús o el mismo edificio, el mismo
supermercado. Al contrario, cada vez más y más servicios y comodidades. La otra
parte de la población rural puede estar más cerca de la naturaleza, pero no por
ello su trato con ella debería cambiar. Mucha de su actividad podría girar en
torno a ella, pero no por ello se tiene que ser necesariamente más consciente
de los cambios dramáticos que estamos sufriendo. Sin embargo, digamos que sí que
han adquirido una conciencia plena de este hecho. De cualquier forma, ese 55%
de la población mundial tiene un gasto energético muy por arriba de cualquier
sociedad rural.
Cuando el
conocimiento avanza, nos damos cuenta de que efectivamente, este hábitat es
sólo uno construido y limitado donde vivimos está inserto en otro mucho más
grande y más importante que es el hábitat natural. Entonces cuando nos damos
cuenta de que, el agua en el grifo depende del agua en la naturaleza, y caemos en
cuenta de su escasez, nos preocupamos y como sociedades intentamos hacer cosas
ante este hecho desastroso.
Resulta que cualquier
propuesta para atender este asunto de la degradación de nuestro ambiente, pasa
casi siempre por medidas que se plantean como sociales, pero que, en realidad también
atañen al individuo. En el ámbito individual, el panorama se vislumbra terrorífico
y bueno, el individuo como hemos señalado, para su supervivencia busca la
seguridad, busca certidumbre. Entonces cae en una paradoja, este asunto le
plantea demasiada ansiedad, demasiado miedo, así que recurre a la vieja confiable,
“a mí no me va a pasar” cosa que es llamada el sesgo optimista.
El sesgo
optimista tiene mucho que ver con la idea de progreso de occidente, pero eso lo
dejaremos para después.
Alejandro Durán
Ortega
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