9 septiembre

 Nos quedamos detenidos en la plática sobre el descubrimiento de los Mártires de Tacubaya y decía que aquella maestra de apellido Pallares, nos solicitó la compra de “la Navidad en la Montañas” a los hombres y  “Mujercitas” a las mujeres, para que una vez acabado de leer el libro asignado a cada sexo, intercambiáramos obras; así, a mis manos llegó la obra de May Alcott. Dicho libro jamás regresó a la compañera con la que intercambié el de Altamirano, y digo ese libro en particular, es decir, ese ejemplar. No, no era yo ladrón de libros. Verán, resulta que debido a cosa biológica y coyuntural la “Pitufina,” y aquel ejemplar de “Mujercitas” se hallaron juntos. ¿Qué quién era la Pitufina? Era cierta gata atigrada que mis hermanas cuidaban y colmaban de mimos. Pues bien, aquella gata, o aquella Pitufina, como le quieran decir; eligió para parir su camada, el buró donde mi hermano y yo guardábamos playeras. “Mujercitas” en esa noche dormía en el mismo lugar; y la Pitufina, que en poco valoraba la literatura, dejó las hojas de aquel texto en tal estado que era imposible devolverlo. Sí, sí sé que las gatas comen todo el tejido placentario, limpian al recién nacido e incluso su vulva, pero todo aquellos líquidos fueron absorbidos en parte por aquella obra, así que el libro tuvo que ser comprado nuevo para ser devuelto.

¿Cómo eligió aquella gata aquel lugar para parir? No sé, tal vez me he equivocado al decir que la Pitufina en poco se interesaba por la literatura y lo más lógico es que el buró de dos niños y un obra como “Mujercitas” sean el mejor contexto para engendrar y parir… cualquier cosa. El segundo ejemplar fue entregado, pero ¡oh cielos¡ no tenía ninguna palabra encerrada en círculo rojo. Los resultados de esa ausencia no los contaré hoy.

Seguimos leyendo la obra de Ignacio Manuel Altamirano y la maestra llegó con una hoja escrita, muy seguramente en una “Olivetti Lettera 32” y al leerlos; aquellos versos me abofetearon:

Ilumínate más, ciudad maldita,

ilumina tus puertas y ventanas;

ilumínate más, luz necesita

el partido sin luz de las sotanas.

¿A quién, a quién dirigía estos versos Altamirano? ¿Cuál era aquella ciudad? ¿Quiénes eran los del partido de las sotanas? Sospechaba, pero quería certeza. Una primera pista apareció sin yo buscarla, en un viejo libro de texto de historia: “La evolución de México, Curso completo abreviado para Escuelas Secundarias” de Ángel Miranda Basurto decía:

Siendo presidente Miramón, quiso destruir el gobierno liberal atacando el puerto de Veracruz, donde Juárez se había establecido (marzo, 1859); pero careciendo de artillería y de barcos para sitiar la plaza, prefirió retirarse sin lograr su propósito

Aprovechando la ausencia de Miramón, Degollado marchó sobre la capital y se situó en Tacubaya esperando que se le uniera el pueblo de México; pero repentinamente se presentó el general conservador Leonardo Márquez, quien atacó a las tropas liberales obligándolas a huir y haciéndole muchos prisioneros.

Al recibir la noticia Miramón, ordenó que fusilaran a los jefes y oficiales cautivos; pero el sanguinario Márquez sacrificó también a varios civiles y practicantes de medicina que se encontraban curando a los heridos, los cuales han pasado a la historia con el nombre de “Mártires de Tacubaya”

Una sola certeza saqué de esa lectura: “Ángel Miranda Basurto” era un cínico genial, su libro que era “completo y abreviado” me hiso preguntarme, ¿Cómo podía ser algo a la vez, completo y abreviado? Pero, por otro lado, aquellas letras me hicieron pensar ¿Cuántos civiles asesinó Márquez? ¿Quién dio la orden? ¿Acaso Márquez como militar no estaba bajo el mando de Miramón? ¿Dónde exactamente los asesinaron? ¿Por qué asesinó médicos? ¿Por qué se les llama Mártires? Poco a poco, la cuestión se fue esclareciendo y por supuesto en nada sospechaba la relación de los versos de Altamirano, con estos Mártires.

En que cosas tan problemáticas te puede meter el nombre de una colonia.

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