Pensamientos, cosas y poetas malditos

 24 de enero de 2023

Es hora de hacer recuento, los lentes se me imponen recordándome que la vista ya no es lo de antes, y por eso me da por escribir palabras, palabra que me rondan y que pretenden ser útiles como instrumento catártico, y que a veces dudo de que otorguen consuelo. Aun así, me obligo a escribir, me obligo a escribir pretendiendo la honestidad de Hemingway. Me obligo en este día de padre y en esto medio día, con un sol que hace recordar el horno de panadería: las conchas y los tornillos  pronto se queman de un lado y por el otro están crudos, de ahí la pericia del panadero, único oficio, junto con el de hacer tortillas, que poseen dignidad aun te pesquen con “las manos en la masa”. Lo sé, porque hace un tiempo me enamoré de una hija de la panadería.

Fui a un pequeño centro cultural en Xalapa y vi junto a tres personas más el documental: “Vaquero de medio día”. La película-documental muestra la búsqueda del poeta desaparecido Samuel Noyola. En cierta medida todos los poetas están desaparecidos y no se le encuentra fácilmente. En el debate, una de las personas manifestó que la película muestra a un poeta decadente y que a ella le gustaría dignificar la imagen del poeta, no mostrar ese que es alcohólico y degenerado. En cierta manera tiene razón; parece ser que Noyola como todo alcohólico cargaba sus demonios y vagando entre la ciudad de México y Monterrey encontró la muerte; se trata de un cliché que muchos han pretendido seguir, el poeta maldito, el Bukowski o el Noyola, el poeta perverso, pero inocente, por sus letras.

Al poeta de esta naturaleza se le perdona todo, porque ha de ser poeta antes que maldito, y la poesía legitima sus corrupciones. Su fracaso en la vida es mitigado por una pretendida necesidad de sufrimiento ligada a la necesidad del acto creativo. El fenómeno es peligroso, porque en la actualidad, la proliferación de estos poetas, sólo indica que la letra, no es la letra, pues queda subsumida a la pretendida locura, al pretendido sufrimiento. La legitimación de la obra pasa primero por la legitimación de una vida llena de dolor y sufrimiento aderezado por alcohol y drogas. Pero la formula está hecha, así que ahora no es necesario el dolor, sólo el aparente dolor. Basta con fingir la pesadumbre. Se trata en la mayoría de los casos de falsos pacientes, de falsos mártires, y de ello deriva que se trata de falsos poetas. No es fácil hacer una observación sobre este hecho, porque siempre queda la vieja confiable “soy incomprendido”, “qué me importa la crítica, sólo habla mi sentimiento”. Sí, el llanto infantil por la necesidad de un cambio de pañal, también recurre y apela al sentimiento y eso no lo hace poeta.

Hace un tiempo asistí por mera casualidad a una presentación de libro en ciudad de México. Se trataba de poesía anarquista, (sea lo que sea que se entienda por eso) y el presentador y el autor se sentaron colocando en medio al hijo del primero (no sé por qué), pero en fin, acto seguido, el autor antes de abrir boca, extrajo de su bolsillo una botella con capacidad de cuarto de litro, (“pachita” le dicen) con lo que pretendía ser ron y dio un sorbo, empezando la perorata.

Acto sublime el anterior, puesta en escena, contexto magnifico que predispone al escucha a saber que se haya ante un cuasi – sacro poeta maldito. La botella pasaba de la mano del autor, a la del presentador, pero nunca quedaba expuesta a media mesa, pues no se trata de botella de fiesta de quince años o de boda, la cual es comunitaria y compartida por familia. No, la botella del poeta maldito es personal. Si acaso, se coparte con un igual, además debe ser pequeña, porque el poeta maldito no puede dar aspecto de comunitario, es por fuerza solitario, además le permite cargarla y esconderla cera del corazón, lugar común, pero siempre efectivo siempre y cuando la  imagen no sea escrita, sólo se actúa, es un acto performático. Es necesaria indispensable también la chamarra o gabardina con bolsillo interior oculto para guardar la pachita; pero parece que no es necesario el rigor y disciplina para escribir, el pretendido sufrimiento, elimina de tajo la formación y legitima cualquier bodrio. Se trata en suma de una actuación, no hay en ello ningún acto de honestidad.

Créanme ustedes; un alcohólico de verdad, no se detiene a pensar el tamaño de la botella, si es pachita o no; de hecho entre más grande, mejor. Le da lo mismo si es wiski o alcohol puro de caña, no busca la poesía, sólo busca el olvido, la sensación de no ser fracasado; si acaso escribe, eso que resulta tendrá que revisarse cuando ya no esté en esa condición y la mayoría de las veces es malo o incoherente, y entonces puedes caer en la tentación de argumentar que se trata sólo de sentimiento. Escribir, “a la mierda mi vida, a la mierda, las letras, a la mierda el pueblo, el mundo, Dios,” funciona como catarsis, pero no como poesía. Por supuesto, que tengo presente la eterna relación, poetas – vino. Pero una cosa es un verso de Omar Khayyam, o un texto de Hemingway y otra, fingirte alcohólico, para fingirte poeta.  

En todo caso romantizar el dolor del alcoholismo, es un acto egoísta, porque el hecho es que el que más sufre no es el alcohólico, sino todos los que lo rodean; el dolor y vergüenza caen en padres, hijos y parejas principalmente. A ellos es en verdad a quien más afecta el alcoholismo. Se trata de una enfermedad francamente maldita, así que como enfermedad, ya quisiera yo que estos poetas malditos, hagan una oda al cáncer, o apología de la diabetes. Eso sería, un reto interesante, pero no tan atractivo para el espectáculo de los seudo “poetas malditos”.

Alejandro Durán Ortega

 

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