¿Y dónde están los lectores?


 Hablábamos hace ocho días, de “la guerra de las lenguas”, y señalábamos la potencia que como herramienta puede tener el español. Sin embargo, hemos de marcar que son dos cosas muy diferentes el lenguaje escrito y el lenguaje hablado. Aunque los dos están sujetos al látigo del tiempo, el primero sufre cambios lentamente, mientras que el otro lo hace de manera vertiginosa y es por ello que el dialecto histórico a veces impide que nos entendemos totalmente. Aquí estamos atorados una vez más, ¿te has fijado? La generación antigua señala fallos en la posterior y la posterior en la anterior y así nos vamos “aeternum”. No hablamos la misma lengua. Pero es mentira que una generación sea peor o mejor que otra, ya sea que se considere esto en forma ascendente o descendente. Es evidente que los contextos en los que cada una de ellas se forman, (socializan) están diferenciados. Los contextos, no sólo son temporales, elemento en el cual está basado, la idea de “generación peor o mejor”; si no que el contexto también lo conforma el espacio y grupo social en el cual te desarrollas. No poseen el mismo contexto un individuo nacido en 1970 en Francia que otro nacido en el mismo año en México. Y por supuesto, es diferente haber nacido en ese mismo año en Xalapa, Veracruz, o en la Ciudad de México, y de hacerlo en esta última ciudad, gran diferencia hay entre el barrio de Tepito e Interlomas. Todo ello nos arrojaría contextos totalmente diferenciados, que podríamos llevar al extremo del tipo de familia, y número que ocupas dentro de ella. Así el hijo menor posee un contexto diferente que el mayor etc.

¿Es entonces el mundo igual para todos los nacidos en un año, o década determinada? La respuesta es evidente… Sí. Lo que cambia y cambia porque el contexto es diferenciado, son las herramientas al alcance de cada persona para enfrentar es mundo, y a partir de esas herramientas cambiará, no sólo la posibilidad de participación social, sino, la percepción que de este mundo puedas tener. Se está planteando aquí una perogrullada. “Cada quien habla de la feria, según como le fue en ella”. Sí, perogrullada axiomática, le llamaría yo. Ahora bien, dicho esto. Uno tendría que preguntarse entonces por el tipo de herramientas que a la mano han tenido las diferentes sociedades a través del tiempo.

Han existido intentos sociales para que las inequidades que son subyacentes en cada contexto no sean tan determinantes para, por ejemplo, las posibilidades de participación política; y por ello en algún momento en ciertos contextos se planteó la educación pública, obligatoria y gratuita, y dentro de esta educación se vuelve fundamental el derecho a saber leer. En el caso de México la educación pública, al menos en el papel ocurrió en la época de Juárez. Ello ha dado sus resultados:

Tres lustros antes de que iniciara la Revolución Mexicana, 6 millones de mexicanos mayores de 15 años no sabían leer ni escribir. En la actualidad, más de un siglo después, todavía hay en México 5.4 millones de personas del mismo rango de edad que viven socialmente relegados por no saber leer ni escribir.

Es claro que no es lo mismo un país que tenga 12.6 millones de habitantes (1895) que uno con 112.3 millones (2010), pero es irrebatible que, más allá de las proporciones, en más de un siglo apenas hemos logrado disminuir nuestra cifra de analfabetos en cerca de 600 mil personas.

RDE_07_Art1.pdf (inegi.org.mx)

Más allá de que como señalan en este articulo José Narro Robles y David Moctezuma Navarro, en términos de números absolutos el combate contra el analfabetismo no se haya podido abatir, la gran cuestión viene aparejada a una problemática aún mayor. Veamos: es cierto que en números porcentuales hemos pasado en cien años de un 82% analfabeta, a un 6.9%, cosa que de entrada nos debería animar, sin embargo, vayamos al contexto.

Según el INEGI, para 2022, de ese universo de posibles lectores: “En los últimos doce meses, el promedio de libros leídos por la población fue de 3.9. Este es el dato más alto registrado desde 2016. (COMUNICADO DE PRENSA NÚM. 191/22 20 DE ABRIL DE 2022 PÁGINA 1/17) Si creyéramos en que este dato es real, nos quedamos aún muy lejos por ejemplo de España que su índice de lectura andará por los diez u once libros anuales. En todo caso, la cuestión es evidente, México no lee. Primer problema.

Es decir, se supone que quitando a esos 5.4 millones de personas analfabetas, la gran mayoría de los mexicanos, saben leer. Entonces ¿por qué no lo hacen? Lo que se pregunta no es una bagatela. Si recordamos que las herramientas como la lectura, sirven para poder participar de la vida política de este país y abatir la desigualdad, entonces estamos ante una disyuntiva: o me dieron la herramienta descompuesta (en realidad no sé leer) y por ello no la puedo usar, o bien no la quiero usar. Cabe la posibilidad de asumir también que los datos de lectura no toman en cuenta que México sí lee, pero no necesariamente libros.

Últimamente he escuchado mucho a modo de insulto la idea de “analfabeta funcional”. Políticos de uno y otro bando la utilizan en sus intercambios de insultos, (que no de ideas), pero ¿a qué se refiere esta cuestión? El hecho es más complicado que lo que intentan estos políticos transmitir, porque sospecho que ellos, tampoco lo saben. La cuestión radica en que el contexto ha cambiado, hemos saltado, de Cervantes al meme. Pero dejaremos esta discusión para dentro de ocho días.

Alejandro Durán Ortega

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