Ochocientos zapatos, cuatrocientos pares

 



Atravieso sueños anómicos sobre una casa endiablada, figuras surrealistas, una cabeza dividida en dos, sangre en las puertas como aquella vez en Egipto. Semidormido me evalúo y hay caricias de temor y asombro combinado con tristeza, luego viene el coraje, por algo que no sé explicar y el sueño puntual se ha desvanecido, queda el rescoldo de sensación inquietante. Me levanto y huyo a la máquina; urge vomitar el dolor encontrado; la pareja cuestiona y volteo a ver sus ojos verdes adormilados; el catrín, perro eterno, también se levanta y me sigue; al ver que no salgo al bosque regresa a su cama, indiferente de mi inquietud. Seis treinta de la mañana, y escribo. Parto del sueño, el sueño me llevó al temor y asombro, pretendo que el temor viene originalmente de figuras surrealistas que no comprendí bien a bien en vídeos y que quedaron en mí pensamiento. Ahora tengo certidumbre de dónde viene toda esta inquietud, pero no me alcanzan las palabras y sin embargo duele el chulel, la tona, el alma. Mi mente trata de descifrar lo que vio de noche y únicamente se me ofrece la sensación surgida, pero el sueño en sí es borroso. No se trataba de algo agradable pero tampoco pavoroso como aquellos que de vez en vez me hacen despertar gritando, aun así, me agita y me exprime; me pregunto entonces si de esto se trata el arte.

Algunos borrones recuerdo, voy en un viaje con artistas, no los conozco, pero nos turnamos el volante, llegamos a una casa donde han ocurrido cosas diabólicas muertes y desgarros y de repente se presenta la noticia de los 400 pares y recuerdo lo visto en documentales sobre aquellos terribles hornos del pasado, y se me ofrece la revelación de la misma saña sueño nazista, náusea, que nunca debería resucitar, pero aquello se hallaba tan lejos, tan ajeno, y ahora es narconazista.

De repente la idea me aplasta, terrible cosa pasa en mi suelo, pasa en mi patria y se refleja en mi sueño. El anticristo nació hace mucho y se ha mudado cerca, lleva años yendo y viniendo y es ovacionado, se le rinde culto y pleitesía, lo reconozco en la música, en los medios y ahí se le maquilla y se le vuelve deseable. Anónimos Goebbels lo acarician y lo presentan en forros nuevos como imágenes de lo deseable. Luego me pregunto cuántos anticristos hay en el mundo con delirios de quemar, de eliminar lo que a sus ojos es inservible. Ochocientos zapatos, pero el territorio está en paz, según dicen los de siempre, pero y ¿mis sueños?, ¿sus sueños nuestros? ¿Lo están?

Luego pienso en el arte de Marines y pienso en sus imágenes que son sueños que rompieron mi sueño, pero acaso no estaban ya rotos sin necesidad de dormir. Otro poeta dijo que esta tierra era surrealista, y sí, pienso que el artista ofrece bofetadas, como reclamos, sólo pienso ahora en los cuatrocientos pares, émulos de los cuatrocientos conejos, de alcohol y locura de los cuales estamos hechos. ¡carajo¡

Luego leo, “Para conocer esto que soy,… encendí una hoguera de hojarasca y letras… Por el valle del limbo… desplegaré mis cantos…cien memorias elípticas…y algunos ensueños de sal… Yo soy un rapsoda” y esa hoguera del poeta Giébe se enciende con otras hogueras, con otros rapsodas que ven esperanza, y hallo arte como sosiego ungüento; me dispongo al viaje diario cargando aquel terrible sueño con contrapesos de hogueras, por fin, camino.

 

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