La cocina de mi abuela y el maíz que andamos llorando.

 

La Cocina de mi Abuela

“No muevas el maíz de noche, que está durmiendo,” decía mi abuela, “y no quemes los olotes, que son los huesos del maíz” era otra de sus frases que más le recuerdo. Sí, todo ello, indudable signo de su herencia mesoamericana. Esas frases las escuché en la cocina, en esa cocina que sigue inmutable, aunque la abuela ya no está.

La cocina es ámbito sagrado, es ámbito social y de reforzamiento identitario. Es ahí donde los abuelos platican sentados al pie del fogón. Ahí te quedabas embobado escuchando historias antiguas, ahí es donde se hace el nixtamal, y se reparte la tortilla. Ahí sabes que sabor tiene la familia y la comunidad, a veces dulcecito como maíz tierno, a veces saladito como tamal de puerco en salsa verde. Y de repente, de repente, te das cuenta que las cosas han cambiado, te das cuenta que el precio del maíz acaba de subir otra vez, de 16 pesos el cuartillo el año pasado a 20 o 22 el día de hoy.

El niño maíz está muriendo, hace mucho que somos importadores de grano. Estados Unidos es nuestro principal proveedor. En el contexto actual se dice que la Guerra Ucrania-Rusa es una de las causas del encarecimiento. Pero también es cierto que la agricultura ya no es un modo de vida deseable en un México aspiracional. Un México que pretende más parecerse a Estados Unidos o Europa, negando la posibilidad de construir un camino propio. La duda me atrae: ¿qué joven hoy quiere ser campesino? Campesino se ha vuelto sinónimo de pobreza. No vayamos lejos, aquí en la Huasteca es bien visto ser “ganadero” y no lo es ser campesino. Lo primero se liga ideológicamente al vaquero, al caballo, al poder, a las grandes camionetas; lo segundo, a lo indio y atrasado. La idea tiene que ver con pesos. pesos de los de moneda y pesos psicológicos impuestos por los medios de comunicación y por un mundo moderno que corre y corre tras de su propia destrucción.


Es necesario voltear al pasado, no para traerlo de vuelta, pues nadie quiere andar sacrificando humanos en las pirámides (al menos eso quisiera creer) pero sí para revisar el posible futuro. El pequeño campesino no compite con las grandes empresas productoras de granos, pero sí puede recuperar técnicas ancestrales de riego, de abono y de aprovechamiento en general, que uniéndolas al conocimiento científico actual pueden dar mejores resultados. No, es cosa de andar simplemente plantando árboles, y ayudando sólo a unos cuantos escogidos por pueblo, sino de crear las condiciones de una mayor productividad junto con un precio de venta justo.

“Las siembras de ayer. La agricultura indígena del siglo XVI” de Teresa Rojas Rabiela es sólo uno, de los, muchos textos que se pueden consultar paras saber de tipos de sistemas de cultivo, ciclos agrícolas y etc. La gran ventaja de este texto es que reduce al mínimo los tecnicismos y por ello es de fácil lectura.

En el mundo antepasado el grano era cosa respetable, era entidad viva, era cosa que había que guardar. Pareciera que la idea antigua se ha transmitido: “de maíz estamos hechos” dicen algunos, “sin maíz no hay país” dicen otros, y cierto; maíz y humanos hemos caminado juntos; pero creo que lejos estamos de comprender lo que ella significa para el futuro económico, político y social de este país.

En fin que estamos frente a un gran reto y aunque yo camino con nostalgia por las ausencias, levanto la cabeza y pienso en que me quedan de la abuela, sus dichos, la enseñanza del amor propio y de su profundo amor a la tierra.

 Alejandro Durán Ortega

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