Cuento

Esa vecina
Rodrigo Hernández Sandoval   02sep14/Méx-D.F.



La Sierra Madre Oriental
                                                                                                              
Hace apenas unos meses mi abuela comenzó a sentir ese malestar, las piernas ya no la sostenían y tenía unas nauseas terribles. Las ganas de vomitar sólo se quedaban en eso, no alcanzaba a expulsar nada. Yo temía que muriera sin ver a mi madre y a mis tías. Mi abuela había tenido puras niñas, los varones habían muerto de llanto cuando eran bebés. Siempre me resultó raro que hubiese una enfermedad que te matara de sólo llorar, así lo decía ella y yo siempre le creí. Un día llegaron dos hermanos a tocar a su puerta, le dijeron que la invitaban a su templo, mi abuela estaba a punto de correrlos cuando dice que reflexionó sobre cosas que le habían ocurrido en el pasado y les preguntó si en el templo hacían limpias y ese tipo de rituales. Los hermanos le ofrecieron su ayuda, siempre y cuando ella fuese por su propio pie hasta el lugar en el que se reunían, en lo más alto del cerro donde ella tiene su casa. Me contó cómo deseaba que alguno de sus hijos varones hubiese sobrevivido al mal del llanto, así tendría a alguien que la sujetaría y no la dejaría caer hasta llegar al templo. En ese momento de nostalgia recordó un evento que después ella misma relacionó con la enfermedad que ahora le aquejaba.
Cuando era joven y estaba por tener a su primer hijo varón, observó un jacal cercano al de su casa donde vivía una mujer ya grande. Esa vecina era sola y se iba todas las mañanas para llegar a su jacal cuando la noche comenzaba. La mujer descubrió a mi abuela durante un atardecer y fue hasta donde ella estaba; relata que se sujetó a la cerca fuertemente pues temía que aquella persona la comenzara a increpar porque le estuviese mirando. La mujer saludó a mi abuela y le pregunto que cómo se llamaba. Mi abuela le dijo su nombre y quiso despedirse, pues dice que la señora no tenía muy buena pinta, ya que llevaba colgado al cuello patas de guajolote, tenía el cabello sucio y su vestimenta apestaba a orines como de gato. La mujer halló que mi abuela estaba embarazada y sonrió dejando ver unos dientes amarillos.
La Sierra Madre Oriental
¿Será varón?
Mi abuela dijo que seguramente lo sería, pues para ese momento ya había tenido a dos niñas y que ella sentía que su barriga era muy distinta a las dos anteriores. Por este motivo intuía que tendría al primer hijo el cual llevaría el nombre de su padre. La mujer se frotó las manos y se despidió. Mi abuela no volvió a verle hasta que estuvo a punto de dar a luz. Nació mi primer tío y a las pocas semanas sintió que algo rondaba por la casa; un animal entre las sombras olisqueaba con persistencia durante las madrugadas. Mi abuela habló con su marido y éste le dijo que en el cerro ya no había animales que atacaran a la gente y que se guardara sus figuraciones. Esa noche mi tío no paró de llorar, ni al día siguiente, ni cuando horas después murió en su cuna. En aquellos años, cuenta mi abuela, era común que las mujeres perdieran a sus hijos y sus madres sólo tenían poco tiempo para despedirse de la criatura y volverse a embarazar. Así sucedió, mi abuela encontró consuelo al sentirse de nuevo encinta.
Llegó al mundo la siguiente mujer de la familia, la que sería mi madre muchos años después. Mi abuela seguía en búsqueda de su varón y lo logró de nuevo, esta vez su barriga era más grande que las anteriores. Me cuenta, cuando se remonta a ese momento, que se sentía hermosa, que su dicha era una bendición a punto de llegar a casa, pues soñó con su hijo. Sintió cómo él la abrazaba para decirle que la defendería de todos sus problemas. Lo vio fuerte y ágil trepando por árboles, guapo como su padre y con su mirada desafiante. El tiempo sin tiempo del sueño le regaló esa visión de su hijo.
La Sierra Madre Oriental
Será varón, otra vez.
Dice mi abuela que escuchó la voz de la vecina ya cuando estaba muy cerca con su fetidez y su desagradable sonrisa. Siendo cortante, le dijo a la mujer que ya venía en camino su siguiente hijo. A diferencia de la vez anterior, la vieja le colmó de bendiciones y le dijo que no dudara en acudir a ella si necesitaba algún favor. Mi abuela cuenta que cuando nació mi tío era tal cual como lo había visto en su sueño, desde los primeros días costaba tenerle en paz y su fortaleza llegaba casi a asustarle. Estaba tan feliz mi abuela que permitió que mi abuelo se emborrachara hasta perder el conocimiento festejando el nacimiento de su muchacho. Meses después, volvió a escuchar al extraño animal que había aparecido antes de morir su primer hijo. Esta segunda ocasión, mi abuela salió corriendo con un cuchillo en la mano para tratar de matar al desconocido ser que rondaba la casa. Escuchó cómo el animal se alejó corriendo dejando un olor nauseabundo tras de sí. Al siguiente día mi tío comenzó a llorar. Mi pobre abuela bañaba con lágrimas su rostro cuando le daba por recordar esos días de la agonía de su hijo. Duró varios días sin parar de llorar, decidió llevarlo al médico y no hubo quién la ayudara a calmar a su hijo. Sola abrazaba a su bebé intentando mitigar el dolor que se iba en llantos hasta que, pasada una semana en esas condiciones, mi tío también murió. Mi madre y mis tías me han contado que mi abuela se llenó de canas, que mi abuelo a pesar de su rudeza de hombre nacido en un rancho, trataba de acercarse a mi abuela para ayudar a aliviarle pasando su mano sobre la cabeza de su mujer. Ese gesto de mi abuelo hizo que ella recobrara las fuerzas de nuevo, pues piensa aún que si un hombre, acostumbrado más a los golpes que a las caricias intenta calmar el sufrimiento de su compañera, es suficiente motivo para seguir adelante. Mi abuela se volvió a embarazar y no salió de su casa hasta que estuvo a punto de aliviarse. Decidió que su nuevo hijo nacería en hospital y mi abuelo no pudo contrariar el deseo de su esposa. Así llegó al mundo mi tía, la más chica.
La Sierra Madre Oriental
¿Hombrecito?,

Preguntó la anciana vecina una noche que mi abuela regresaba de la calle. Mi abuela contestó que sí. La vieja sonrió y la abrazó, cuando se despidieron, mi abuela entró a su casa y dejó agua caliente sobre el fogón antes de dormir a todos en su casa. El animal apareció esa noche, se le escuchaba cerca, sus patas pisaban con firmeza como desafiando a la tierra. Mi abuela relata que en algún momento temió que la bestia saliera corriendo como la última vez, así que ella había dejado la puerta abierta para que entrara con confianza aquél ser. El chillido que despertó a todos esa madrugada fue espantoso, mi abuela había lanzado el agua caliente donde creyó que su enemigo estaba avanzando a la cuna de mi tía. El animal salió corriendo sin parar de hacer ese ruido que se quedó marcado en la familia pues, cuando se habla del tema, tratan de olvidarlo lanzando manotazos cerca de la cabeza, excepto mi abuela, que cuenta que su vieja vecina, cuando se encontró con ella de nuevo, llevaba la mitad del rostro quemado.                                            

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