Sobre la actitud de ser de izquierda. Usted perdone, se quiere cambiar el mundo.
Algunos de nosotros siempre hemos sido de izquierda, y sabemos que el hecho no se reduce a la militancia en un partido. La izquierda es un pensamiento radical, un demoler institucional, a la vez que una acción incluyente; por eso mismo, sabemos que toda organización política de izquierda que aspira al poder, por el poder mismo, está condenada a fracasar.
Al contrario de lo dicho, la
derecha aspira al poder, ese es su fin; una vez en él, se siente cómoda, se
pavonea; tal vez lo único que se le puede reconocer a la derecha es que siempre
ha sabido usar el poder para lograr sus fines. “El poder es para usarse” dicen
algunos, eso lo saben bien los de la derecha y no dudan en usar toda arma,
argucia, recoveco legal, etc. a su
alcance para sostenerse en el poder, porque al fin y al cabo de eso se trata
según ellos. En ese sentido, no se extraña, la matanza de Aguas Blancas, la
desaparición de los 43, la agresión contra la selva Brasileña, etc. Todo ello
es parte del mismo mecanismo para mantener el poder. Podríamos sostener que
para la derecha el poder sirve, para generar más poder.
En este sentido, para la derecha
e incluso para ciertos sectores que se asumen de izquierda, las elecciones
electorales sólo les sirven para legitimar el poder. Por ello a muchos que nos
consideramos de izquierda podría importarnos muy poco quien gane determinada
elección. Las elecciones, como todos sabemos, no son la parte fundamental de la democracia.
Desde mi punto de vista, son
ciertas acciones cotidianas y de pensamiento las que te acercan a la izquierda
o la derecha. Algunos las realizan y no necesitan asumir que son de tal o cual
lado; sin embargo lo son.
Un niño leyendo a Molière,
Rulfo o Dante, puede ser considerado un acto revolucionario y de izquierda,
mientras que un niño ensimismado en un celular es un acto de derecha. ¿Por qué?
Porque el primero ha decidido entrar a otro mundo, y ha de entender que otros
mundos son posibles. El segundo, no ha decidido, únicamente ha tomado
algo que ya está realizado, concretado, se ha vuelto parte de ese único mundo. Nuestro niño, con la lectura de Molière a cuestas, se enfrentará a la burla y la persecución, porque la mayoría de sus compañeros están
atrapados en el mundo donde se ha mostrado que “leer es aburrido” y que la
vista y la mente sujetas, son lo “normal.”
Un campesino que decide conservar su semilla y utilizarla en el siguiente ciclo agrícola, está realizando un acto de izquierda y revolucionario. El otro ha sido convencido que compré “semilla mejorada”, y que su rendimiento será tres veces más. Entonces, se volverá dependiente del poder económico y la derecha habrá hecho lo que mejor sabe hacer, convencer a aquel productor que el único desarrollo posible es el que está ligado a las grandes empresas, a las grandes ganancias, y que sí este campesino se alinea, le podrá salpicar algo de ellas. En sentido estricto, lo convencen de que sostenga la pirámide de la cual ellos son la punta.
Curiosa manera de enfrentar la vida entonces, la izquierda se mueve en el cambio, la derecha en lo inmóvil. Pero esa inmovilidad del sistema de derecha está basada en una movilidad aparente, vacía, intrascendente: “compra, esfuérzate, ve, aprende a pescar, compite, el éxito está en ti”. Los de izquierda sabemos que nada es permanente, que todo pasa, por ello es mejor saborear, compartir, ayudar, abrazar, detenerse, resistir y empujar el cambio.
Sé, por supuesto que esta
concepción romántica que tengo de la izquierda, no concuerda con lo que muchos
de izquierda consideran debe ser; sin embargo, les ruego me perdonen. En todo
caso, cada quien anda en su trinchera y según intuyo, la democracia, puede ser
entendida, como el acto de dar voz a todos en igualdad de condiciones.
Abrazos fraternos
Alejandro Durán Ortega
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